"El pensamiento debe tomar en serio la religión; y la religión tiene que atreverse a pensar".
Hegel.
-Entre Atenas y Jerusalén-
Teólogos y filósofos de todos los tiempos han intentado hermanar los términos racionalidad y convicción religiosa.
Retrocediendo en el tiempo, fue Tertuliano quien separó la razón de la Iglesia (decantándose por esta última). Las descalificaciones a la razón siguieron con Justino el Mártir y mas recientemente con Lutero.
Lutero propuso y vivió, una concepción heroica de la fe a la que despojó del sustrato racional que la tradición a la que pertenecía le había otorgado.
Será Santo Tomas el que establecerá la legitimidad de dos saberes: el de la revelación, encomendada al teólogo y el de la naturaleza al filósofo (subordinándose este último a la teología).
A pesar de todos los esfuerzos de reconciliación, la Edad Media fue tensa para la relación entre estos dos términos. Se pensaba que el ámbito de lo racional se agotaba en lo general y universalizable. Y, como según la tradición cristiana, las verdades de la fe eran acontecimientos históricos concretos, surgía inevitablemente el conflicto.
Esta tensión llega hasta nuestros días através de Unamuno. Para este pensador, la religión es vida y la razón es “enemiga de la vida”, y sobretodo, no es una “facultad consoladora”.
Sobre la racionalidad de las convicciones religiosas, versa el “conflicto” entre Hegel y Schleiermacher.
Para el primero, es la razón la que define al hombre y ésta no puede estar ausente del tema religioso; no se puede dar vía libre al sentimiento y la subjetividad como propugna Schleiermacher.
Después de Hegel, aparece el rechazo total a la razón a través de Kierkegaard; lo religioso se convierte en angustiosa experiencia interior.
Husserl asocia esta crisis de la razón con la crisis del hombre europeo; perder la fe en la razón es desarticular la vida, despojarla de sentido.
-La “convicción” bajo sospecha-
Entendemos por convicción, la seguridad que impregna la vida de una persona con la característica de que no se puede demostrar.
El hombre religioso no posee garantías ni sobre su convicción más elemental: la existencia de Dios.
Kierkegaard entiende la fe como contradicción que se establece entre la pasión infinita de la interiorización del individuo y la incertidumbre objetiva.
Además de soportar el sinsentido de tantos episodios de la historia humana, el creyente tiene que hacer Teodicea, justificar el permanente silencio de Dios frente al drama del hombre.
La conviccion religiosa también ha conocido las críticas.
Para Nietzsche las convicciones son “prisiones” que propenden al fanatismo. Solo la debilidad necesita fe y exige incondicionalidad. Ningún valor se impone con suficiente rotundidad como para reclamar una adhesión incondicional.
En el fondo, está en juego el problema de la finitud. Aspiramos a la universalidad, pero estamos condenados a la finitud. Para responder a Nietzsche podemos argumentar que la renuncia a la totalidad puede revestir grandeza.
El hombre religioso sabe que el camino a la universalidad no está en “compartirlo todo” sino en compartir con todos. Ni parece posible carecer de convicciones, ni es viable poseerlas todas.
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