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martes, 10 de abril de 2012

Si Dios no existe...Parte II



"Como ríos que fluyen a encontrar su hogar
en el océano, dejando nombre y forma atrás,
así el hombre que sabe, de nombre y forma liberado,
se acerca a la Persona divina que está mas allá del más allá.
El que realmente conoce a Brahman, el más alto,
realmente se torna Brahman".
De Mundaka Upanishad

-Dios de los razonadores-

Las formas religiosas de percibir el mundo no necesitan “pruebas” de su veracidad a menos que sean atacadas con argumentos racionales.
El cristianismo nació como una conciencia apocalíptica en espera de la venida del Reino con arrepentimiento, amor y humildad. 
Tal como se ha desarrollado desde finales del SII y tal como lo conocemos ahora, es el resultado del encuentro entre dos civilizaciones, Atenas y Jerusalén.


La Iglesia desde el SXII en adelante, se expuso a la acusación de oscurantismo. Es obvio que la religio rationalis de los deístas, no es religión en absoluto. El cristianismo sufrió pérdidas a consecuencia del ataque a Galileo, la teoría de la evolución, el tratamiento de la crisis moderna y en general todos los conflictos con la Ilustración y la modernidad. Sin embargo, la Iglesia hubiera desaparecido haciendo demasiadas concesiones a su “contrario”, sino se hubiera negado a borrar el límite entre el acto de fe y el acto de sentimiento intelectual.
Los argumentos filosóficos, aunque reducidos a un papel secundario, cumplen una auto defensa del cristianismo: la iglesia católica acabaría condenando la doctrina según la cual no puede llegarse a conocer a Dios con certeza por medio de las luces naturales.
La metafísica cristiana enumera junto a las cinco vías de Santo Tomás, un elevado número de argumentos que o bien establecen la existencia de Dios como certeza indisputable, o hacen de ella una hipótesis empírica muy plausible.
Los argumentos de Santo Tomás, “desde el movimiento” y “desde la causa eficiente” tienen una estructura lógica similar. 
El primero enuncia que todo lo que se mueve es movido por otra cosa con lo que la cadena de motores debe tener un primer motor inmóvil. El argumento de la causa eficiente, se desarrolla del mismo modo: una regresión infinita en la concatenación de causas es inconcebible, ya que ni la segunda causa incausada ni ninguna en absoluto, podría operar si la primera causa incausada no hubiera iniciado la sucesión.
Tanto la premisa aristotélica de que todo lo que se mueve es movido, como la causa primera , no obligan en términos lógicos a admitir su existencia.
En el argumento “desde los grados de perfección” adolece del mismo defecto: las cosas finitas difieren entre sí en su grado de perfección, tenemos que concluir que existe un ser que personifica la máxima perfección concebible y al que los demás seres deben su bondad finita.
En el argumento teleológico, el error radica en su premisa cuasi empírica: comienza con el orden de la Naturaleza dominado por una armonía dotada de finalidad, en la que no podemos dejar de ver un sabio organizador. Descubrir uan finalidad es descubrir un autor, sin razonamiento previo; y la cuestión es que dentro de la investigación empírica, la finalidad, excepto en obras humanas, puede negarse siempre.

Sucesos mas improbables ocurren a cada momento y no es, a priori, más impensable que la evolución de la vida sea debida a puro azar que el hecho de que resulte un orden determinado en una baraja de cartas después de barajarlas mecánicamente.

No tenemos evidencia fiable de que el universo, tal como es, con independencia de nuestras percepciones, contenga relaciones numéricas, creadas estas por los hombres. No es concebible que el universo sea similar a la imagen que nos hacemos de él, ni que el espíritu de Dios flote sobre las aguas (es como diría Prigogine, el fin de las certidumbres).
 Al estar nuestras reacciones determinadas tanto biológicamente como culturalmente, todo puede ser fruto de una ilusión natural.

Kant y Russell están de acuerdo que esta clase de idealismo no puede refutarse basándose en la experiencia. Aunque hubiera un camino intelectualmente legítimo para llegar a Dios, éste no sería el Dios cristiano.
El Dios de los filósofos es lógicamente compatible tanto con la noción de una calculadora infinita como la imagen de un padre que se preocupa por sus hijos.

Existen otras dos pruebas sobre el dios de los filósofos, que recurren ambas a las nociones de “contingente” y “lo necesario”: la demostración final de Santo Tomás y el argumento ontológico de San Anselmo
El primero se reduce a : todas las cosas finitas son contingentes, pueden existir o no. No hay nada en su esencia que entrañe necesariamente su existencia. No pueden ser perdurables y tiene que haber un tiempo en el cual no existan, por tanto sería inconcebible que existiera todo el conjunto de cosas contingentes sino hubiese sido creado por una causa no contingente, necesariamente existente.
El concepto de contingencia entraña, no la corruptibilidad física de determinadas aglomeraciones de materia, sino la corruptibilidad del mundo en su totalidad. No obstante, ni el Todo, ni su auto suficiencia o contingencia son ideas con fundamento empírico. Santo Tomas tenía en mente la imagen de un universo físico que era finito en el espacio; y desde la antigüedad se había dado por cierto (tanto Demócrito como Aristóteles lo habían sostenido) que la finitud temporal y la espacial iban necesariamente unidas un mundo finito no podía gozar de eternidad. 
La cualidad de contingencia se refiere al hecho mismo de que la esencia y la existencia de una cosa no coinciden. Al decir que la esencia de Dios implica su existencia, se refiere a su relación óntica; lo que los teólogos quieren decir es, no que una vez que conocemos lo que es Dios, sabemos que Dios no puede no existir, sino que en realidad, Él no puede no existir, o que Dios puede ser llamado con propiedad el Ser sin calificaciones. Percibimos las contingencia de las cosas una vez que conocemos la existencia de Dios y no antes.

La tradición que tiene su origen en Hume, rehusa legitimar la noción de contingencia basándose en su carácter no empírico: no tenemos derecho a decir que el mundo es contingente o que es necesario en un sentido teológico.
Los tomistas arguyen contra las objeciones lógicas, que sus argumentos siguen siendo válidos de todas formas, porque emplean las reglas del razonamiento metafísico.
La afirmación de Descartes es que él encuentra en su propia mente el concepto de infinitud y perfección y dado que su mente es claramente imperfecta y limitada (el mismo acto de dudar, lo revela, si hace falta evidencia), no podría haber fabricado ese concepto con sus propios recursos. En consecuencia la idea de un ser infinito tenía que ser implantada en la mente humana por otra mente mas poderosa; considerando que el efecto tiene que ser proporcional a la causa, ese concepto no se habría formado si una mente infinita realmente existente no lo hubiese puesto allí.
El propio concepto de infinitud es una pura negación a las ideas finitas; el principio que exige que la causa sea proporcional al efecto no tiene un significado obvio.
El razonamiento de Descartes difiere del tomista en que no progresa desde la Naturaleza hasta Dios. De modo muy diferente al de los escolásticos, trató de descubrir dentro del mundo finito una clave que llevase a la infinitud.
La infinitud, dice la tradición empírica, no tiene equivalente en la experiencia, pero tampoco lo tiene la idea de lo finito. No lo percibimos, a menos que tengamos en mente la idea de atributo contrario, de infinitud (de igual manera se podría hablar con respecto al bien y al mal).

¿Por qué existe algo en lugar de nada?

Las especulaciones metafísicas que surgen del asombro sobre el ser o no ser, de forma similar a las afirmaciones teológicas que expresan una fe basada en la revelación, están destinadas a no ser convincentes para quienes no comparten ese tipo de experiencia ni participan en esa tradición mitológica. Pero convencer no es realmente la cuestión.
Tanto Descartes como Santo Tomás, percibían la imposibilidad de un mundo que revirtiese sobre sí mismo (no importa que, históricamente, el cartesianismo fuese una de las principales fuentes del ateísmo moderno).
Para Clemente de Alejandría, Dios está incapacitado para crear una evidencia empírica de Su existencia que parezca irrefutable. Su certeza está enraizada en una percepción que crea una imagen coherente del mundo. El trato de Dios es cuestión de voluntad, mas que de esfuerzo cognoscitivo.

¿Como se definen los actos mentales que llevan a adquisiciones que se aceptan como cognoscitivamente válidos? 
 Se definen en los procedimientos científicos. 

Pero, ¿como convencerse que los criterios aplicados a la investigación científica son al mismo tiempo criterios que distinguen entre lo que tiene y lo que no tiene valor, o sobre lo que tiene sentido o no?
El método científico puede predecir lo que va a ocurrir.

¿En que nos basamos para afirmar que lo que sabemos se limita a lo que podemos justificar en términos de métodos aceptables en la ciencia moderna, por exacta o inexactamente que esos métodos estén definidos?
¿Con qué derecho se excluye un tipo de conocimiento que no cumple esos requisitos?  
En último término, todos pueden ser convencidos de la verdad de la ciencia porque ha alcanzado un amplio acuerdo respecto a los criterios de validez. 

Este no es el caso de las cuestiones religiosas. Aun así no puede convencernos de su premisa fundamental: el derecho exclusivo a definir lo que es conocimiento; pero aunque no pueda, esos criterios son universalmente aceptados mientras que en cuestiones religiosas no hay forma comúnmente aceptada de juzgar y resolver los problemas en discusión.
El escéptico, no lo es sobre la legitimidad de los criterios empleados en las investigaciones científicas, simplemente no se preocupa en las investigaciones científicas, simplemente no se preocupa de su justificación última o de una posible petitio principii mientras tengan éxito.

¿Tenemos que creer que la ciencia está cumpliendo en efecto su cometido y que esto es lo que constituye el fundamento de su validez cognoscitiva? 
Si admitimos este principio (hegeliano), no hay razón para no aplicárselo también a las creencias religiosas.

 No obstante, eso es lo que rechaza el semiescépico. Él apoya la afirmación de que la verdad está en la ciencia, pero no en la creencias basadas bien en una experiencia peculiar de lo Sagrado

¿Cual es el posible fundamento de cualquier afirmación de posesión de la verdad?
La máxima de Dostoyevski “si Dios no existe, todo es permisible”, es válida, no solo como norma moral, sino también como principio epistemológico. Significa que solo es posible el uso legítimo del concepto de “verdad”, si suponemos que existe una Mente Absoluta.
Nada nos impide usar el concepto metafísico de verdad, en oposición al epistemológico, pero no podemos afirmar que éste es el único concepto auténtico o permisible.

En el transcurso de la historia del escepticismo y del empirismo, se ha puesto en duda la legitimidad de este concepto. Una epistemología basada en la investigación psicológica o fisiológica es, en principio, inconcebible.
Cuando invocamos la eficacia de la ciencia para legitimizar sus más o menos codificados criterios de validez, nuestra apelación no tiene aplicabilidad epistemológica y deja intactos todo los argumentos escépticos sobre la incertidumbre fundamental de todos los criterios sobre la verdad. No hay argumentos trascendentales o lógicamente obligatorios para tomar eficacia del conocimiento (su capacidad de predicción y su aplicabilidad práctica) como señal de su verdad, mediante la referencia a los criterios de eficacia; esta definición, es arbitraria, requiere un acto de fe y esto no dice mas que somos incapaces de crear un absoluto epistemológico. Un nihilismo epistemológico o un libertinaje sin trabas son empíricamente invencibles.

Cuando un escéptico dice “nada es verdad” lo que quiere decir es “es verdad que nada es verdad”; y así, su posición se auto destruye como consecuencia de una contradicción inescapable (Husserl).
Debemos dejar de preocuparnos por justificar el concepto de verdad; debemos abandonar por completo la indagación epistemológica, a menos que podamos encontrar acceso a un Absoluto epistemológico.
Al no tener una categoría ontológica propia, y, por tanto, al no tener identidad divina que se auto fundamente, es inconcebible que se libere de la contingencia e incertidumbre de la conciencia empírica humana. En el supuesto de que exista un discernimiento primordial, original y perfecto tal, incontaminado por la contingencia histórica, biológica y psicológica de la mente humana, puede adoptar una entre tres formas: un nuevo seudónimo de Dios, un punto de vista puro, absoluto, sin un sujeto, o si no, una propiedad, susceptible de ser descubierta, del Ego psicológico, participante de la falibilidad de este último (al final volvemos al motor primero, a una primera verdad o a Dios).

Si hay algo en nosotros parecido a la “chispa de Dios” (Eickhart), no puede estar ahí sin Dios, que subsiste con independencia de nuestro conocimiento de El. 
El intento de Husserl por descubrir un camino que lleve a la verdad (es decir, a la infalibilidad) evitando a Dios es tan poco fiable como los restantes intentos.
La bondad de Dios y su omniscencia no entrañan necesariamente que nunca pueda inducirnos a error. La veracidad de Dios, tomada como cimiento de la fiabilidad del conocimiento, acumula, en realidad, nuevas dificultades: la posibilidad misma de error se hace ininteligible y la proposición de Descartes de que debemos imputar la responsabilidad del error a la voluntad.
Podemos hacer aparecer la idea cartesiana como correcta: sin el sujeto absoluto, el uso del predicado “verdadero” no puede ser validado.
Si los argumentos de los escépticos son válidos, la idea de verdad es indefendible, carente de sentido.

El poseedor de una verdad parcial no puede ni saber cómo la verdad que está fuera de su alcance, puede alterar el sentido de la verdad de la que él ha tomado posesión, ni cual es el ámbito de validez de esta última.
Así, sin la verdad que todo lo abarca, no hay verdad fragmentaria; y la verdad que todo lo abarca presupone una inteligencia infinita y omnisciente. Solo ella puede cumplir lo que Husserl esperaba de un Ego trascendental.
La fórmula cartesiana en la medida en que asevera las afirmaciones humanas respecto a la verdad, son vacías sin una referencia al ser divino. Ello no implica referencia a la veracidad de Dios; pero admite que el predicado “verdadero” no tiene sentido a menos que se refiera a la verdad que todo lo abarca, es una verdad absoluta. Hasta aquí reevindica Kolakowski el planteamiento trascendental.

Este argumento no tiene nada que ver con la realidad de Dios. Su objetivo no es mostrar que Dios existe en efecto, sino exponer el dilema al que parecemos enfrentados cuando abordamos la cuestión de la verdad y de la posibilidad misma de la epistemología; o Dios o un nihilismo cognoscitivo, no hay término medio (se podrá dudar entre posturas...).
Una vez se reconoce la “explicación del todo” como una tarea posible, la búsqueda del Ser absoluto se hace intelectualmnte inescapable.

Hay un modo de intentar encontrar una senda intelectual hacia Dios que no implique suposiciones sobre el mundo finito; no podemos pensar en Dios mientras negamos su existencia (argumento ontológico).
El núcleo de este argumento, en el caso de San Anselmo, es que Dios es un Ser tal que nada superior a el puede concebirse. Quien quiera que acepte este concepto de Dios y niegue Su existencia, se contradice a si mismo, negar la existencia real es rechazar la definición de El. 
La principal contraargumentación de los críticos se puede hayar en lo ilícito de la definición. Para S.A. Si Dios es concebible en absoluto, no puede no existir.

¿Es Dios concebible bajo el supuesto de que concebirle es admitir que su esencia y su existencia convergen, y que es un ser necesario no solo en el sentido de que efectivamente existe, eterna e inmutablemente, sino en el sentido de que es inevitable que exista, es causa sui, de modo que su inexistencia sería, una contradicción óntica?
Puede admitirse coherentemente el concepto en el que la esencia de Dios entraña su existencia y rechazar el argumento ontológico (Santo Tomas). Podemos concebir a Dios como inexistente, no porque su existencia no esté realmente incluida en su esencia, sino a causa de la debilidad de nuestra razón.
En términos tomistas, un único camino que lleva a Dios, aparte de la revelación y de la unión mística, empieza por la imperfección y la no autosuficiencia de las criaturas y no por nuestro conocimiento de la naturaleza de Dios

La crítica kantiana a los argumentos ontológicos es mas radical. Según Kant la existencia no es un predicado real, no hay distinción entre decir “estoy pensando en Dios” y “estoy pensando en el Dios existente”, a menos que este ultimo incluya los dos postulados “estoy pensando en Dios" y “Dios existe”, en cuyo caso requeriría su propia justificación.
Según la tradición proveniente de Kant y Hume, la falacia del argumento ontológico, es que intenta demostrar que “Dios existe” como analíticamente verdadero y existencial en su contenido, mientras que ningún juicio puede ser analíticamente verdadero y existencial en su contenido..¿Por qué no? Aunque si fuera así, no justificaría la legitimidad del concepto de “ser necesario”, ni la correción de la prueba de S.A.

¿Existe otro juicio que combine esas dos propiedades, que fuese analítico y existencial en su contenido?
El juicio “algo existe”, puede decirse que es analítico y necesario, pues su negación, “Nada existe”, no es solo falsa, sino ininteligible y absurda.
Nos encontramos ante el problema de la contingencia del mundo; podríamos ser incapaces de concebir la “inexistencia del mundo”, la nada total y tener por ello razón para creer que “necesariamente algo existe y seguir manteniendo que lo que existe, tanto si se toma por separado o en su totalidad, es contingente.
El empirista afirma que el uso mismo del concepto de existencia en el sentido absoluto no es permisible y que “existencia” es una idea no menos ininteligible que la idea de nada (por esa regla de tres, el uso del concepto de infinito tampoco sería permisible).
Si un empirista tiene razón en llevar su premisa al extremo, entonces los conceptos de existencia y nada, al estar en el mismo plano de ininteligibilidad, son efectivamente eliminados del campo de nuestra legitima curiosidad. 
Si admitimos la legitimidad de esos conceptos, no hay nada que nos proteja de la formidable pregunta de Leibniz: ¿Por qué existe algo en lugar de nada?.

Nos encontramos una vez mas ante dos opciones irreconciliables: bien el punto de vista del fenomenalista radical, un nihilismo ontológico que proscribe la idea misma de existencia de la sociedad de las entidades inteligibles, o bien la admisión de que la cuestión sobre la existencia lleva a la existencia necesaria.

Fuente: "Si Dios no existe.." Sobre Dios, el diablo, el pecado y otras preocupaciones de la llamada filosofía de la religión. L. Kolakowski. Ed. Tecnos

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