«No me cabe la menor duda de que la mayoría de las personas viven, sea física, intelectual o moralmente, en un círculo muy restringido de la potencialidad de su ser. Sólo se valen de una porción muy pequeña de su conciencia posible (...) como si un hombre, de todo su organismo corporal, se habituase a usar y mover sólo el dedo meñique (...) Todos tenemos, para recurrir a ellas, reservas de vida con las que ni siquiera soñamos.»
W.James
Daniel Dennett, en su conferencia en Oxford titulada “Faith in the truth” hace una crítica a ciertos pensadores de filosofía y humanidades por “su torpe ignorancia de los métodos empleados en la búsqueda científica de la verdad y de su poder”, así mismo les achaca su incapacidad manifiesta de sus métodos de búsqueda de la verdad para lograr resultados estables y estimables y por supuesto incluye a Rorty entre estos pensadores.
Tal como Rorty lo ve, el amor a la verdad, o a la sabiduría, no habría que pensarlo como el amor a la comprensión correcta de las cosas, si eso quiere decir conforme a la manera en que las cosas son en sí mismas, con independencia de las necesidades e intereses humanos.
Y es que no cree que haya una tal manera en que sean las cosas.
El amor a la verdad debería verse como el amor a la conversación.
A veces las conversaciones conducen a resultados estables y valiosos, las que a menudo lo hacen se las etiqueta como ciencias. Pero no se distinguen por ningún método de búsqueda de la verdad específico, ni tampoco tiene una relación especial con la realidad que las demás no disfruten.
La afirmación de que las cosas no son de ninguna manera en sí mismas es común a la tradición de la filosofía pragmatista anglófona y a la tradición post-nietzscheana de la filosofía europea (a veces mal llamada posmoderna).
Todas ellas insisten en que toda investigación tanto en física como en política, consiste simplemente en conversar hasta averiguar qué se puede decir o hacer. El intento de definir la verdad como correspondencia con el orden natural de las cosas, es abandonado tanto por W. James como por los nietzschnianos por considerar lo un dogmatismo metafísico.
A partir de aquí, Rorty denominará pragmatismo, a la perspectiva según la cual habría que abandonar la idea de un orden natural de las cosas.
La finalidad de la investigación es encontrar múltiples descripciones del mundo que se ajustan a nuestros propósitos.
La pugna entre los pragmatistas y sus adversarios no es la misma que el desacuerdo entre materialistas como Demócrito y anti-materialistas como Parménides o Platón. Esta pugna se libra en el ámbito de la metafísica, mientras que los pragmatistas renunciamos a la distinción entre apariencia y realidad que hace posibles las disputas metafísicas.
Los materialistas (“titanes” para Platón), no creen que de la contemplación de dicho orden se derive ningún consuelo. La sabiduría consistiría entonces en afrontar lo inhóspito con valor y no en alcanzar la bienaventuranza. Esta pugna entre dioses y titanes fue resucitada con la filosofía moderna cuando triunfan las explicaciones mecanicistas.
En ese momento la pugna está representada por Hobbes y Spinoza. Ambos aceptaron la nueva explicación corpuscular de como funcionaban las cosas.
Hobbes dedujo que debemos usar artificios para hacer lo que la naturaleza no puede: tenemos que construir un segundo orden de carácter político a fin de mitigar nuestra infelicidad.
Por el contrario, Spinoza creía que la nueva explicación del orden natural podía reconciliarse con la ambición platónica de alcanzar la bienaventuranza. La manera como intentaba reconciliar estas dos posturas consistía en distinguir entre dos modos igualmente válidos de describir el universo: uno en términos de materia y otros en términos de conciencia. Dios o la naturaleza, dos términos sinónimos para Spinoza, se pueden describir tanto con el atributo de extensión como con el de pensamiento.
El orden y la conexión de los corpúsculos, son idénticos al orden y conexión de nuestras ideas. La mente solamente conoce en la medida que el cuerpo prospera y a la inversa. Spinoza siente una mayor simpatía hacia el cuerpo y hacia las teorías de Demócrito.
Cuanto mas aprende uno acerca del orden puramente mecánico y de la conexión entre los átomos, mas parecida se vuelve la mente de uno a la mente de Dios. La mente de Dios es la comprensión de las relaciones entre todas las cosas particulares.
Tan pronto como uno admite que dos descripciones inconmensurables pueden describir la misma cosa de forma igualmente válida, uno puede preguntarse, como hizo Kant, si cualquiera de esas descripciones tiene algo que ver con las cosas tal como son en sí mismas.
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